Primer domingo de Adviento
Ya conocéis el tiempo, y que es hora de levantaros del sueño, leemos en la Epístola. En este mundo y entre los miembros de la Iglesia, la gran mayoría languidece en su corazón con un letargo mortal. Solo vela realmente el que atiende a su salvación. He aquí por qué la Iglesia nos lee el 1er Domingo de Adviento la historia del último juicio. Por eso es hora de gritar con San Pablo, es la hora de levantaros del sueño.
La causa de los pecados y desgracias de la humanidad es siempre la falta de consideración y vigilancia, que, si es necesaria para prevenir la caída, es más necesaria al pecador para levantarse de la ruina. Mil sitios en las SS.EE. repiten: vigilad (sigue)
Segundo domingo de Adviento
Nos encontramos en el segundo domingo de Adviento. Al leer el Evangelio puede sorprender a alguno que el Bautista enviase a sus discípulos, siendo él el precursor, a preguntar ¿Eres Tú el que viene, o hemos de esperar a otro?”. ¿Acaso no lo sabía San Juan, preguntará alguien? La solución generalmente adoptada por los autores católicos es que el Bautista no envía a sus discípulos a Cristo para que le responda a él, quitándole su supuesta duda (sigue)
Tercer domingo de Adviento
El espíritu de este domingo es de alegría, porque el Señor, nuestro Salvador, está cerca. Se llama también a este domingo, de Gaudete, porque es la palabra con que comienza el Introito: Alegraos. Habrá algún oyente agnóstico o tal vez, con una idea difusa de la existencia de Dios, es decir, de los que creen que algo hay, pero no creen que Jesucristo es Dios ni, por lo tanto, en el dogma central de la Encarnación del Verbo de Dios. Tal vez una viejo cuento les ayude a entender la necesidad de que la Segunda persona de la Santísima Trinidad tome nuestra carne para salvarnos:
Cuarto domingo de Adviento
El Evangelio de hoy está tomado de San Lucas 3, 1-6, y en él leemos:
En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios».